jueves, 13 de febrero de 2014

EL EJEMPLO DEL CAPITÁN BRESCA


Querido Samuel:
Te agradezco mucho la hermosa presentación que me has enviado sobre la historia del obelisco que se alza en la Plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano.
Como todo lo que me envías, también esta vez queda patente el altísimo grado de exquisitez que te caracteriza.
Me ha resultado muy interesante la historia de esa pieza monumental, pero estoy seguro de que al igual que a ti, me ha hecho gran mella la valiosa enseñanza que esa misma historia encierra. Una enseñanza, sin duda alguna, de perenne actualidad.
¡Daghe l'aiga a le corde! - ¡Agua a las cuerdas!- fue el grito del valiente Capitán Bresca, desobedeciendo las órdenes de silencio absoluto y sin arredrarse ante la condena a pena de muerte, ante la misma visión del verdugo y de la horca que estaban preparados en la Plaza para quien osara quebrantar las órdenes recibidas.
Me resulta inevitable  pensar en otro Capitán, éste otro Pescador de hombres, que con inusitado valor se atrevió a alzar su voz desafiando al poder político y religioso de Israel, bien consciente de la suerte a la que se enfrentaba. Ciertamente sus palabras hicieron temblar los cimientos de Israel, pero sobre todo sacudieron e hicieron estremecer los corazones de aquellos que las escucharon: "El sábado fue hecho a causa del hombre, y no el hombre por el sábado. Y dueño del sábado es el Hijo del hombre!
El bien de la persona es la ley suprema, querido Samuel, y jamás podrá ser lícito, aunque pudiese ser legal,  sacrificar al ser humano por cualquier otro tipo de interés, fuere de tipo económico, político, o mismamente religioso.
De entre todas las criaturas tan sólo el ser humano ha sido creado "a imagen y semejanza de Dios".
Las palabras de aquél Capitán de Galilea se han convertido en ley universal que a todos nos obliga y que a todos nos juzgará: "salus animarum suprema lex". La ley suprema es la salvación de la persona, el bien de todas y cada una de las personas.
Sólo hay dos razones por las cuales es lícito al ser humano perder su vida: en testimonio de la fe y por la salvación de otro u otros seres humanos.
Si la vida humana es sagrada a los ojos de Dios, sagrados habrán de ser también la vida y el bien del prójimo a los ojos de todos los hombres.
Es abominación a los ojos de Dios utilizar a cualquier persona como un  simple medio, rebajando o atentando así contra su dignidad de criatura salida de las manos de Dios.
Es abominación a los ojos de Dios sacrificar el bien de las personas en aras de las instituciones. 
¡Daghe l'aiga a le corde!, tenemos la sagrada obligación de gritar a pleno pulmón siempre que veamos amenazadas la dignidad, el bien y la justicia que corresponden a nuestro prójimo, incluso  arriesgando  nuestra propia vida.
Muchas veces no se tratará de gritar con palabras, sino de hacer cuanto estuviere a nuestro alcance para ayudar y proteger a nuestro prójimo.
Mi querido Samuel, sabes bien que según la doctrina cristiana todo poder terrenal, sea en el orden familiar, social, político o religioso, es legítimo sólo en cuanto es participación y mediación del poder de Dios, el Único que goza realmente de la auténtica autoridad y paternidad sobre todos los hombres.
Todos los seres humanos gozan de igual dignidad por su origen que es Dios mismo y por haber sido creados a su imagen y semejanza. En este sentido ningún ser humano tendría porque vivir sometido a la autoridad de otro igual.
Sin embargo, en función del orden social y del bien común Dios mismo ha establecido distintas "mediaciones" de su autoridad y de su paternidad: los padres, las autoridades sociales, políticas y religiosas.
Ningún ser humano tendría poder sobre otro si no lo hubiese recibido de lo alto, es decir, si Dios no hubiese establecido este orden de autoridad.
La autoridad, por lo tanto, no tiene su fundamento ni su legitimidad en la fuerza de unos sobre otros. La autoridad tampoco reside en el pueblo, lo que no dejaría de ser una forma más de tiranía, en este caso de la mitad más uno sobre los demás.
La historia de la humanidad y el momento presente ponen, sin embargo, ante nuestros ojos dramáticos y tristes episodios en los que podemos ver cómo la autoridad en todos los órdenes puede llegar a corromperse, y en vez de ser un instrumento y un medio para que la gloria de Dios brille en el orden social, político y religioso , en el bien común y en la justicia, degenere, por el contrario, en un despreciable autoritarismo al servicio de intereses personales o de grupo, al servicio de intereses ideológicos, económicos o de simple poder de unos sobre otros.
¡Daghe l'aiga a le corde! -¡Agua a las cuerdas!-, es la voz de alarma, el grito desafiante que tan sólo los verdaderos héroes de la humanidad se han atrevido y se atreven a proclamar, desafiando a la autoridad cuando esta se corrompe, o también desafiando a la misma sociedad cuando esta se hace consentidora de la corrupción y colaboradora de la injusticia.
¡Daghe l'aiga a le corde! -¡Agua a las cuerdas!-, es la voz de alarma y el grito desafiante que tan sólo los santos se han atrevido a denunciar proféticamente cuando se han percatado de la corrupción de la autoridad religiosa y espiritual.
Todos estos héroes han sabido anteponer el bien común al propio riesgo personal. No se detuvieron ante las gravísimas consecuencias que su valentía podría acarrearles personalmente.
Estos héroes auténticos son el testimonio vivo de cómo es preciso y justo obedecer a Dios antes que a los hombres.
Toda autoridad, del orden que sea, se corrompe cuando la ley es sustituida por el capricho individual de quien está investido de autoridad; cuando el régimen de gobierno se transforma en régimen de servidumbre.
La autoridad se corrompe cuando no asegura un verdadero orden jurídico porque la leyes ya no ofrecen seguridad, tan sólo prevalece la conveniencia de quienes gobiernan, quienes llegan a no admitir razón alguna que contraríe su capricho personal. Entonces, su gobierno se ejerce de forma arbitraria y caprichosa. La autoridad no se atiene a sus propias normas y genera en los gobernados una lamentable incertidumbre e inseguridad jurídica.
¡Daghe l'aiga a le corde! -¡Agua a las cuerdas!- No existe ningún poder ilimitado, ni siquiera en el orden religioso ni eclesiástico, porque el poder absoluto sólo corresponde a Dios que ha dado a conocer a los hombres su ley divina y la ley natural. Todo poder es, por lo tanto, derivado y relativo.
¡Cuántas veces la autoridad degenera en despreciable tiranía!
¡Cuántas veces la obediencia, que es noble virtud,  degenera en mera sumisión pasiva por la impotencia de los gobernados ante quienes ejercen la autoridad de manera injusta y tiránica!
¡Y cuántas veces los gobernados obran únicamente movidos por el temor que despierta en ellos una forma indigna del ejercicio de la autoridad!
Sí, querido Samuel, incluso en el seno mismo de la Iglesia no son pocos lo que confunden obediencia con sumisión, obrando únicamente por temor y cambiando el respeto debido a la autoridad legítimamente constituida por una siempre interesada y vergonzosa adulación de la autoridad.
Gritar:¡Daghe l'aiga a le corde! -¡Agua a las cuerdas!-,levantando la voz u obrando en consecuencia con valentía, es un riesgo que tristemente la mayoría no está dispuesta a correr.
Lamentablemente llegan a  primar los intereses personales, el carrerismo, las ansias por los altos puestos y el poder, el medro personal, el buen nombre y el ser por todos estimados y apreciados, especialmente aún por la misma autoridad.
¡Daghe l'aiga a le corde! -¡Agua a las cuerdas!-
¡Bendito grito, aquél del valiente y heroico Capitán Bresca!
No sería extraño que su heroica actitud estuviese inspirada, como buen cristiano, en los ejemplos y en las palabras de Aquél que se atrevió a pronunciar palabras que posteriormente fueron escritas en letras de oro para toda la historia de la humanidad:
- «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.» (Mt 20, 25-28)

- ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían vuestros padres con los falsos profetas. (Lc 6,26)

- "Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13)
Mi querido Samuel, Cor unum et ánima una.
Tu amigo que te quiere:
Jonatán

No hay comentarios:

Publicar un comentario