miércoles, 23 de octubre de 2013

EL BAILE DE LA VIDA


Mi querido Samuel:
Te traigo nuevamente a la memoria esta presentación ofrecida por nuestra común "amiga", la que tanto nos quiere y a la que tanto queremos. Presentación con la que sin duda los tres hemos gozado inmensamente.
Necesitamos con cierta frecuencia dejar que la música acaricie nuestra alma con esa celestial dulzura y particular ternura con que sólo ella sabe hacerlo. 
Quizás la música sea lo más parecido a la voz de Dios y por eso cuando penetra nuestra alma nos "diviniza" y nos suscita añoranzas y deseos de unión con Dios.
Ya hemos hablado los dos de la imperiosa necesidad que tenemos de abrir espacios en nuestra vida a todo lo que es bello para que nuestro corazón arda en deseos de alcanzar a contemplar sin fin  la Hermosura Soberana, Aquella, que "mil gracias derramando pasó por estos Sotos con presura,e, yéndolos mirando,con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura".
Pidamos la gracia de esta visión, sin la cual pasaremos por este mundo como ciegos que creen ver, pero que sin embargo no conocen más que la oscuridad y el mundo de las sombras.
Música, belleza y hermosura anidan en el corazón mismo de la Caridad -el Amor-.
El baile de la vida sólo se transforma en la más bella danza cuando es animado por la melodía de la caridad. Sólo es hermoso cuando impulsa nuestro cuerpo y nuestra alma hacia lo alto. Sólo es divino cuando pisa la tierra para tomar impulso y lanzarse hacia el cielo.
La vida nos es regalada cada día para ser cantada y bailada, siendo el amor el que transfigure cada uno de nuestros pasos y movimientos haciéndolos sublimes, verdaderamente humanos y divinos.
No nos conformemos con menos.
Cor unum et ánima una. Tu amigo que te quiere.
Jonatán

martes, 15 de octubre de 2013

PARA CONOCERSE UNO A SÍ MISMO


Querido Samuel:
γνῶθι σεαυτόν, "Conócete a ti mismo", tal era el aforismo que estaba inscrito  en el pronaos del templo de Apolo en Delfos.
Hoy deseo compartir contigo que esta ardua tarea de conocerse uno a sí mismo se me antoja una meta cotidiana que ha de renovarse día tras día. Es como una obligación ineludible si no queremos renunciar a nuestra propia dignidad humana.
¡Cuán equivocados están todos aquellos que desprecian la filosofía como tarea inútil y estéril! 
Sabes bien como fácilmente uno se encuentra con el desprecio de aquellos que han renunciado al cultivo de la amistad con la sabiduría, que en eso consiste precisamente la filosofía.
Para los de mente materialista y corazón espeso la filosofía "no da de comer". Olvidan, sin embargo, que "no sólo de pan vive el hombre", y que una existencia plenamente humana no se alcanza únicamente llenando el estómago y satisfaciendo el apetito de los sentidos.
¿Por qué habríamos de conformarnos con saciarnos tan sólo del forraje de las algarrobas cuando están a nuestro alcance tantos manjares aptos para el deleite de nuestro espíritu?
El consumo masivo y exclusivo  de algarrobas que podemos constatar en nuestros días, metafóricamente hablando, nos está indicando hasta que punto tan alarmante se extiende la miseria espiritual y el imperio del "pensamiento débil".
Aceptar el reto de conocerse uno a sí mismo implica la valentía de no renunciar a los dolores del parto a sabiendas de que tras el doloroso alumbramiento sobreviene el gozo de la vida.
Hay que estar dispuestos a sufrir los estertores y sufrimientos que comportan  el parto de la sabiduría y de la verdad que anidan en nuestro espíritu para gozar de la calidez y del brillo de su luz.
¿No te parece que renunciar a ello es renunciar a nuestra más preciada posibilidad, precisamente la que nos define como seres espirituales, racionales y por lo tanto humanos?
Nuestra vida puede transformarse en un alumbramiento cotidiano de verdad y de sabiduría; en un parto doloroso, pero festivo y vivificante, de luz y nueva vida.
Es magnífica la concepción que Sócrates tenía de la filosofía. La observación de su propia madre, que ejercía de comadrona, le sirvió para ejemplarizar la misión del filósofo que consiste en ayudar a los otros a dilatar la mente y el espíritu para parir la sabiduría y la verdad que se gestan dentro de nosotros mismos.
Ese mismo proceso, querido amigo, podemos descubrirlo en la historia de la humanidad donde las sucesivas generaciones van incrementando el patrimonio de sabiduría y alumbrando nuevos trechos de conocimiento y verdad.
Somos herederos de un patrimonio inmenso que nos han legado la multitud de pensadores, de filósofos, de científicos, de teólogos,de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos se han empeñado en la búsqueda nobilísima de la auténtica sabiduría, del bien y de la verdad; patrimonio  que no debiéramos ni ignorar ni despilfarrar, convirtiéndonos de ese modo en herederos indignos de tan valioso legado.
Estoy firmemente persuadido, querido Samuel, que para disponerse a ese "parto" con garantías de éxito es del todo imprescindible el presupuesto de la HUMILDAD. La soberbia  intelectual, la arrogancia espiritual terminan por abortar la sabiduría, el bien y la verdad.
Hemos de construir sobre lo que ya está edificado y bien cimentado. Hemos de ir edificando piso sobre piso para que el edificio vaya creciendo en altura. Somos eslabones de una cadena que se van engarzando los unos en los otros.
Si cada generación cae en la arrogancia de partir siempre de cero, despreciando los desvelos y los logros alcanzados con esfuerzo y tesón por los que le han precedido, el resultado será siempre el fracaso estrepitoso.
No se avanza mediante la duda permanente como sistema, ni entregándose a una enfermiza desconfianza, sino más bien edificando sobre las certezas heredadas y añadiendo nuevas certezas.
En nada contribuyen al progreso de la humanidad los sofistas de todos los tiempos.
Los resultados de la arrogancia intelectual están bien a la vista y podemos comprobarlos amargamente en el nihilismo, en el materialismo, en la pérdida de todo sentido y dimensión transcendente del ser humano, en la aparente imposibilidad para encontrar un sentido coherente a la historia de la humanidad y a la propia existencia; en la violencia de los sistemas totalitarios no sólo políticos, sino también de pensamiento único que se esconden bajo apariencias democráticas y de falsa libertad.
Quizás nunca la humanidad ha pagado un precio tan alto por las estafas filosóficas como el que están pagando la modernidad y la posmodernidad.
La dictadura del pensamiento único ha declarado la guerra a la misma razón humana. La verdad no existe por sí misma, sino que se "crea" y se "inventa". No existe una verdad "objetiva", sino trozos de verdades, y hasta verdades contrapuestas y contradictorias, pero que se califican todas de "verdad".
Se niega con cinismo cualquier posibilidad de que la razón humana pueda alcanzar la verdad. Ya la verdad no es más la adecuación del pensamiento humano con la realidad y el ser de las cosas. Ya no se permite a la razón ir más allá de aquello que se puede contar, pesar y medir. Se acaba por negar la validez del conocimiento especulativo para aceptar como único dogma el conocimiento de la ciencia experimental, amputando de este modo las posibilidades y el alcance de la razón y del conocimiento humano.
La degeneración del pensamiento humano y la dictadura del relativismo y del pensamiento único y uniforme ha llegado a la desfachatez de la persecución implacable contra el derecho a sostener racionalmente una concepción creacional del universo y del ser humano.
Sin ceder al fatalismo podemos afirmar que nos encontramos ante la más cruel, cínica e irracional dictadura de pensamiento jamás sufrida por la humanidad. La sana filosofía sobrevive permanentemente asediada y atormentada bajo las botas de las ideologías imperantes.
No faltan quienes para consolarse afirman que el tiempo de las ideologías se ha terminado. Es mera apariencia, pues aún concediendo que las masas hayan abandonado la militancia en las ideologías, sin embargo aquellos que las manejan y conducen lo hacen desde una clara y radical militancia ideológica.La búsqueda del poder y del dinero pueden constituirse de facto en las más perniciosas de todas las ideologías.
Conocerse a sí mismo es propósito inalcanzable cuando se rehuye la pregunta sobre los propios orígenes. Y planteamiento de solución imposible cuando se parte del error mismo sobre el propio origen.
Partir "a priori" de la nada, de la casualidad o del sin sentido es entregarse de lleno en manos del más terrible fatalismo y cercenar las inmensas posibilidades de la razón y del espíritu humano.
¿Podemos confiar en el alcance de la razón humana para hallar una respuesta sobre nuestro origen, sabedores y conscientes de que en ello va el verdadero conocimiento sobre nosotros mismos y sobre el sentido de nuestra propia existencia? ¿Podemos fiarnos de la sabiduría natural que ha guiado los pasos de la humanidad iluminando el camino de las generaciones que nos han precedido desde la noche de los tiempos?
Hago mías las palabras de Pablo de Tarso: " En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos -refiriéndose a los gentiles-, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables, por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible y de aves, cuadrúpedos y reptiles".
Mi querido Samuel, es contemplando las obras de Dios, la creación, las creaturas y a nosotros mismos que podemos encontrar la respuesta sobre nuestro origen y a partir de ahí, y sólo a partir de ahí, comenzar a conocernos a nosotros mismos y hallar la respuesta sobre el  sentido de nuestra vida y sobre el alcance verdadero de nuestra existencia.
¡Ojalá estemos firmemente persuadidos de este único camino que nos libra de la insensatez y de la necedad imperantes!
Cor unum et ánima una.
Jonatán

domingo, 6 de octubre de 2013

VIVIR Y MORIR DE AMOR



Querido Samuel:
Resulta consolador y gozoso el comprobar como las palabras que pronunciamos o escribimos, cuando abrimos el corazón al amigo verdadero, no se pierden en el olvido.
Una persona amiga me ha enviado estas letras que yo mismo dirigí a un grupito de amigos hace más de trece años. Yo no lo recordaba, pero la persona amiga sí. El mero hecho de conservarlas me manifiesta la verdad y la profundidad de su amistad, pues la palabra del amigo no puede ser hoja marchita que se lleva el viento.
Quizás hoy hubiese matizado algunas cosas, añadido otras. Quizás habría subrayado más determinados aspectos. Sin embargo, prefiero dejarlo así, tal y como brotaron del corazón y fueron escritas a vuelapluma.
Hoy deseo compartirlas contigo para que te asomes un poco más al interior de mi alma:
"Si bien esta vida terrena está llena de amarguras y de dolor, de sufrimientos y de penas, sin embargo la meta última a la que estamos llamados es la felicidad plena y desbordante.
¡Cómo se agarra nuestro corazón a esos momentos velozmente pasajeros de felicidad y dicha!
Porque venimos de Dios y Dios nos llama hacia Sí. Venimos de la Felicidad misma que es Dios y somos atraídos a la Felicidad Suma, como no hay otra, que es el mismo Dios.
Yo quiero dar gracias al Señor, cantar a Dios, porque sembró en mi corazón la apertura a la dicha, a lo bello, a la felicidad que proporciona lo cotidiano. Tanto porque es obra suya como porque nos remite a Él.
Ante la belleza de las cosas diarias el corazón se esponja y siente más deseos de Dios, se anega en añoranzas de este Dios nuestro que es todo Amor y Belleza y Misericordia.
Quien ama sólo puede desear el bien del amado. Y Dios nos ama. Nos ama tanto que no cesa de agasajarnos con su Amor infinito. Y derrama tanto amor en nosotros que desea que lo transmitamos, quiere que desborde su Amor en nosotros hasta el punto de que llegue a transformar cuanto y a cuantos se cruzan en nuestro caminar.
El amor  cuando es de Dios sale hacia afuera y quisiera transformarlo todo, transfigurarlo todo, llenarlo todo de luz y de belleza. Desearía salpicarlo todo de ese destello radiante que no es otra cosa que la luz del mismo Dios.
El amor es felicidad inmensa. Hace eterno cada segundo y penetra el corazón de las creaturas y de las personas. A su luz la belleza y la bondad de las criaturas se realzan sobremanera, hasta el punto de poder ver a Dios en todas las cosas, mejor a ver la mano de Dios en todas las cosas.
 Pero el amor es sufrimiento y a menudo dolor profundo y despiadado. Lo es cuando no se ve correspondido, cuando es minusvalorado, cuando es menospreciado.
No hay mayor sufrimiento para el que ama que encontrar la frialdad -real o aparente- ante el amor ofrecido. La frialdad real es como una espada que atraviesa el corazón del amor; la frialdad aparente sólo aporta incertidumbre y desconfianza. La frialdad descorazona, rompe el corazón, lo abate y lo hiere. Comienza así el martirio del que ama. Por el contrario el amor es comunicación, es gozo, es un deseo de ahondar más y más en la esencia y en la fuente del mismo amor. El amor trae alegría y serenidad, aliento frente a la dificultad, ánimo en cada batalla, esperanza en cada noche, fortaleza en medio de la debilidad.
Pero cabe una pregunta, ¿se puede acabar el amor? ¿Podría la frialdad llegar a matar el amor?
"El amor no pasa nunca", no muere nunca. Pero el que ama, sí puede morir de amor, y también a causa del desamor.
El que ama busca la felicidad del otro. El amor que es ágape desearía que los otros compartiesen la mesa del amor, la dulce luz que brota de toda belleza, el calor de la conversación amiga y serena, la dulzura de la paz, la llama de la felicidad. Y ahí comienza la tortura y la propia muerte. Es una muerte de asfixia, muerte lenta, dolorosa y terrible muerte, cuando el que por amor abre la mesa y sirve  se encuentra sin comensales. Sobreviene la muerte cuando ante la luz de la belleza los rostros no se dulcifican, cuando el calor de las conversaciones es congelado por la frialdad de las palabras y de los gestos del amigo. Sobreviene la muerte cuando la paz serena y dulce es martirizada por la violencia interior y exterior que torna duras las palabras, agrios los sentimientos y rígidos los rostros. Sobreviene la muerte cuando la felicidad no se acoge ni se contagia, no se disfruta ni se regala en la plena y gozosa gratuidad de los gestos más sencillos y cotidianos. Entonces y sólo entonces concedamos al que ama que se retire a morir. A morir no de odio, sino precisamente de amor. Lo hemos herido de muerte por haber matado el amor. Y será mejor que se retire a morir el solo de amor, que por vivir, vivir sin amor y morir de odio.
El amor tiene un fruto dulce, sabroso y jugoso que se llama hermandad, fraternidad. No es fruto abundante, porque tampoco es árbol común. Árbol delicado, fruto exquisito este del que te hablo.
Comenzaba dando gracias a Dios por la siembra en mi corazón, siempre abierto a la belleza y al gozo, a la luz y a la bondad. No porque posea yo esto, sino porque de Él he recibido siempre el saber apreciarlo y gustarlo cuando me es dado. Y me sabe a gloria.
Me gustan el mar y las flores, los niños y las puestas de sol. Me enamora la luna y me arrebatan las fragancias suaves.Me encanta el olor a tierra mojada. Me asombran los logros que los hombres y mujeres han alcanzado en la larga historia de la humanidad.
Los cantos alegres de las gentes llenan de música mi corazón. Me saltan las lágrimas ante las muestras de fe y de piedad de las gentes. Me enloquece la gente alegre y que le brillan los ojos por su candor y sencillez. Toco el cielo ante la presencia de un sacerdote o de un consagrado que reflejan el gozo de su entrega a Dios.
Me roban el corazón los jóvenes y los ancianos que respiran fe y esperanza. Y me gusta hablar, abrir el corazón y escuchar. ¡Me encanta escuchar a quien me regala su palabra y su mirada de bondad!
Y sueño, sueño mucho, tengo muchísimos sueños en los que desearía ser todo de Cristo y que todos lo fuesen de Él. Sueño con una conquista de almas y del mundo para Jesús y para María. Sueño con que un día todos seamos y nos sintamos hijos de este Dios tan maravilloso y hermanos entre nosotros. Sueño, siempre sueño.......todos los días y a cada minuto......
Y tantas, tantísimas otras cosas bellas y hermosas...
Sin todo ello no se vivir, no quiero vivir.
Prefiero morir de amor.
Y pido perdón si no se soportar lo contrario porque me ahoga, me mata.
Pido perdón porque desearía que todos gozasen y vibrasen.....
Pido perdón porque no todos pueden quizás o no saben manifestar lo mismo.
Pido perdón por no saber amar a la manera de cada uno.
Mi silencio, mi apartamiento es sólo una bocanada para poder respirar.

Me siento morir por dentro y quisiera aún vivir, pero sólo para encontrar a otros que quieran amar".
Mi querido amigo Samuel: Cor unum et ánima una
Jonatán