Querido Samuel:
Resulta consolador y gozoso el comprobar como las palabras que pronunciamos o escribimos, cuando abrimos el corazón al amigo verdadero, no se pierden en el olvido.
Una persona amiga me ha enviado estas letras que yo mismo dirigí a un grupito de amigos hace más de trece años. Yo no lo recordaba, pero la persona amiga sí. El mero hecho de conservarlas me manifiesta la verdad y la profundidad de su amistad, pues la palabra del amigo no puede ser hoja marchita que se lleva el viento.
Quizás hoy hubiese matizado algunas cosas, añadido otras. Quizás habría subrayado más determinados aspectos. Sin embargo, prefiero dejarlo así, tal y como brotaron del corazón y fueron escritas a vuelapluma.
Hoy deseo compartirlas contigo para que te asomes un poco más al interior de mi alma:
"Si
bien esta vida terrena está llena de amarguras y de dolor, de sufrimientos y de
penas, sin embargo la meta última a la que estamos llamados es la felicidad
plena y desbordante.
¡Cómo
se agarra nuestro corazón a esos momentos velozmente pasajeros de felicidad y
dicha!
Porque
venimos de Dios y Dios nos llama hacia Sí. Venimos de la Felicidad misma que es
Dios y somos atraídos a la Felicidad Suma, como no hay otra, que es el mismo Dios.
Yo
quiero dar gracias al Señor, cantar a Dios, porque sembró en mi corazón la
apertura a la dicha, a lo bello, a la felicidad que proporciona lo cotidiano. Tanto
porque es obra suya como porque nos remite a Él.
Ante
la belleza de las cosas diarias el corazón se esponja y siente más deseos de
Dios, se anega en añoranzas de este Dios nuestro que es todo Amor y Belleza y
Misericordia.
Quien
ama sólo puede desear el bien del amado. Y Dios nos ama. Nos ama tanto que no
cesa de agasajarnos con su Amor infinito. Y derrama tanto amor en nosotros que
desea que lo transmitamos, quiere que desborde su Amor en nosotros hasta el
punto de que llegue a transformar cuanto y a cuantos se cruzan en nuestro
caminar.
El amor cuando es de Dios sale hacia afuera
y quisiera transformarlo todo, transfigurarlo todo, llenarlo todo de luz y de
belleza. Desearía salpicarlo todo de ese destello radiante que no es otra cosa
que la luz del mismo Dios.
El amor es felicidad inmensa. Hace eterno cada segundo y penetra el corazón de las
creaturas y de las personas. A su luz la belleza y la bondad de las criaturas
se realzan sobremanera, hasta el punto de poder ver a Dios en todas las cosas, mejor
a ver la mano de Dios en todas las cosas.
Pero el amor es sufrimiento y a menudo dolor
profundo y despiadado. Lo es cuando no se ve correspondido, cuando es
minusvalorado, cuando es menospreciado.
No hay mayor sufrimiento para el que ama que
encontrar la frialdad -real o aparente- ante el amor ofrecido. La frialdad real
es como una espada que atraviesa el corazón del amor; la frialdad aparente sólo
aporta incertidumbre y desconfianza. La frialdad descorazona, rompe el corazón,
lo abate y lo hiere. Comienza así el martirio del que ama. Por el contrario el amor es comunicación, es gozo, es un deseo de ahondar más y más en la esencia y
en la fuente del mismo amor. El amor trae alegría y serenidad, aliento frente a
la dificultad, ánimo en cada batalla, esperanza en cada noche, fortaleza en
medio de la debilidad.
Pero
cabe una pregunta, ¿se puede acabar el amor? ¿Podría la frialdad llegar a matar
el amor?
"El amor no pasa nunca", no muere
nunca. Pero el que ama, sí puede morir de amor, y también a causa del desamor.
El
que ama busca la felicidad del otro. El amor que es ágape desearía que los
otros compartiesen la mesa del amor, la dulce luz que brota de toda belleza, el
calor de la conversación amiga y serena, la dulzura de la paz, la llama de la
felicidad. Y ahí comienza la tortura y la propia muerte. Es una muerte de
asfixia, muerte lenta, dolorosa y terrible muerte, cuando el que por amor abre
la mesa y sirve se encuentra sin
comensales. Sobreviene la muerte cuando ante la luz de la belleza los rostros
no se dulcifican, cuando el calor de las conversaciones es congelado por la
frialdad de las palabras y de los gestos del amigo. Sobreviene la muerte cuando
la paz serena y dulce es martirizada por la violencia interior y exterior que
torna duras las palabras, agrios los sentimientos y rígidos los rostros. Sobreviene
la muerte cuando la felicidad no se acoge ni se contagia, no se disfruta ni se
regala en la plena y gozosa gratuidad de los gestos más sencillos y cotidianos.
Entonces y sólo entonces concedamos al que ama que se retire a morir. A morir
no de odio, sino precisamente de amor. Lo hemos herido de muerte por haber
matado el amor. Y será mejor que se retire a morir el solo de amor, que por
vivir, vivir sin amor y morir de odio.
El amor tiene un fruto dulce, sabroso y jugoso
que se llama hermandad, fraternidad. No es fruto abundante, porque tampoco es árbol
común. Árbol delicado, fruto exquisito este del que te hablo.
Comenzaba
dando gracias a Dios por la siembra en mi corazón, siempre abierto a la belleza
y al gozo, a la luz y a la bondad. No porque posea yo esto, sino porque de Él he
recibido siempre el saber apreciarlo y gustarlo cuando me es dado. Y me sabe a
gloria.
Me gustan el mar y las flores, los niños y
las puestas de sol. Me enamora la luna y me arrebatan las fragancias suaves.Me encanta el olor a tierra mojada. Me
asombran los logros que los hombres y mujeres han alcanzado en la larga
historia de la humanidad.
Los
cantos alegres de las gentes llenan de música mi corazón. Me saltan las lágrimas
ante las muestras de fe y de piedad de las gentes. Me enloquece la gente alegre
y que le brillan los ojos por su candor y sencillez. Toco el cielo ante la
presencia de un sacerdote o de un consagrado que reflejan el gozo de su entrega
a Dios.
Me
roban el corazón los jóvenes y los ancianos que respiran fe y esperanza. Y me
gusta hablar, abrir el corazón y escuchar. ¡Me encanta escuchar a quien me
regala su palabra y su mirada de bondad!
Y
sueño, sueño mucho, tengo muchísimos sueños en los que desearía ser todo de Cristo
y que todos lo fuesen de Él. Sueño con una conquista de almas y del mundo para Jesús
y para María. Sueño con que un día todos seamos y nos sintamos hijos de este
Dios tan maravilloso y hermanos entre nosotros. Sueño, siempre
sueño.......todos los días y a cada minuto......
Y
tantas, tantísimas otras cosas bellas y hermosas...
Sin
todo ello no se vivir, no quiero vivir.
Prefiero
morir de amor.
Y
pido perdón si no se soportar lo contrario porque me ahoga, me mata.
Pido
perdón porque desearía que todos gozasen y vibrasen.....
Pido
perdón porque no todos pueden quizás o no saben manifestar lo mismo.
Pido
perdón por no saber amar a la manera de cada uno.
Mi silencio, mi apartamiento es sólo una
bocanada para poder respirar.
Me
siento morir por dentro y quisiera aún vivir, pero sólo para encontrar a otros
que quieran amar".
Mi querido amigo Samuel: Cor unum et ánima una
Jonatán