Querido Samuel:
¿Recuerdas que dice Oscar Wilde que el vicio supremo es la superficialidad? ¿Y que este vicio es el vicio dominante de nuestra sociedad?
Oh sí, la superficialidad a menudo se reviste de trapos de bajo coste que dan el pego. Se maquilla para desfigurar la expresión de su rostro atolondrado. Se pinta la cara pero nunca mejora su aspecto. Se blanquea los dientes para tratar de deslumbrar y desviar la atención de quien tiene enfrente. La superficialidad se engola pronunciando dichos, palabras y eslóganes que han paseado por sus oídos, pero jamás se han detenido en su inteligencia.
La superficialidad se viste como una reina, pero sus vestidos no dejan de ser género de mercadillo que se compra a precio tirado en los últimos restos del puesto de saldo. Se presenta enjoyada, pero sus alhajas son de poco valor y mucha apariencia. Sus brillos son mera fantasía y oropel.
La superficialidad es la filosofía de moda cuyo aprendizaje da comienzo en las edades más tempranas. Se cursa, sin necesidad de pagar matrícula, a lo largo de los años sin interrupción. Es materia fija en todos y cada uno de los cursos de cero a cien años. Tiene la ventaja de que para su aprendizaje se puede prescindir de libros, sobre todo de los buenos, clásicos y abultados.
Es materia que se va asimilando de manera muy pedagógica y se imparte utilizando los más modernos medios tecnológicos, siempre a disposición de las masas deseosas de doctorarse en la disciplina de moda y adquirir el mayor de los vicios, hoy transformado en virtud para todas las capas sociales.
Es la expresión de una nueva religión que se presenta revestida de un nuevo carácter sagrado, con su Olimpo de ídolos, con su dogmático credo laico, con sus ritos despojados de todo misterio y a la par más difíciles de descifrar que los egipcios jeroglíficos.
La superficialidad es el vicio más apetecible del momento. Se ha transformado en el primer mandamiento, en la primera de las virtudes, en la reina de la colmena y en la divinidad del nuevo santuario. Es el nuevo becerro de oro.
Tiene su multitud inmensa de fieles que cada año peregrinan a ninguna parte y que como buenos prosélitos, igual que antaño durante las Veneralias para honrar a Venus Verticordia y a Fortuna Viril, beben el cocetum hecho con adormidera triturada disuelta en leche y endulzada con miel, que supuestamente, era la misma bebida tomada por Venus el día de su boda con Vulcano.
La adormidera disuelta en leche y endulzada con miel es, querido Samuel, indispensable para que este vicio produzca sus efectos de vértigo placentero.
Los entregados a este vicio tan de moda pasan por el agua sin mojarse, atraviesan el fuego sin quemarse, banquetean sin saborear el alimento, ven sin mirar, hablan sin pensar y piensan sin pensar, es decir, no piensan.
Es este un vicio que idiotiza la mente y enfría el corazón. Es una magnífica máquina que produce miles de imbéciles por segundo. Máquina perfectísima que logra que un imbécil no se pueda distinguir de los otros dos mil novecientos noventa y nueve ni por el más mínimo detalle. Es como si fuesen un sólo imbécil repetido en millares de clones.
La máquina lo hace todo. El imbécil no tiene que hacer nada.
La superficialidad engancha, querido Samuel. Cuanto más se practica más difícil es resistir a su atracción. Uno se envicia en ella como el borracho en el vino, como el dependiente en la droga, como el ladrón en el hurto.
Embriaguez, intoxicación y robo suenan a vicio fuerte, pero no es tan fuerte como la superficialidad, y es que este vicio supremo se ha hecho un hueco en sociedad y cuenta con el aplauso y la aprobación general. Los otros vicios han quedado "demodé", pero este tiene certificado de posmodernidad que es como el pedigrí del no va más.
No sería bueno, mi querido amigo, que pretendiésemos abordar la cuestión de nuestra propia identidad sin espantar el fantasma que ronda, la superficialidad.
Con todo afecto de tu amigo
Jonatán