Querido Samuel:
Dice el gran San Agustín: "¿Quién se atreve a hacer una lista de los bienes superfluos de este mundo?. Si quisiéramos recordarlos todos, no tendríamos tiempo suficiente. Podemos citar sólo los necesarios; los demás vendrían después. En esta vida sólo hay dos cosas que merecen la pena:la salud y la amistad".
Comprendes, entonces, que no considere nuestra amistad como algo superfluo sino como un bien necesario que es Dios mismo quien nos lo regala.
Como todo regalo que viene de Dios es un don preciado que hay que recibir con agradecimiento y humildad, cuidarlo con extrema delicadeza y perseverancia, y hacerlo florecer en frutos dulces y sabrosos.
Si Agustín dice que en esta vida sólo la salud y la mistad merecen la pena, comprenderás que estime nuestra amistad más aún que mi salud.
¿Para que podría querer yo la salud si me viese privado del don de la amistad?
Es por eso que puedo comprender la verdad revelada en la Sagrada Escritura:"El que encuentra un amigo encuentra un tesoro" (Proverbios 17, 17)
Sabemos bien que los tesoros no se encuentran a pie de calle. Son contadas las personas que han encontrado un tesoro a lo largo de su vida.Casi todos viven y mueren sin haber encontrado jamás un tesoro.
La verdadera amistad tampoco se encuentra a pie de calle. Aquél que dice que tiene muchos amigos es que no tiene ninguno, o es que no sabe qué cosa sea la amistad.
Hay gran confusión a nuestro alrededor respecto de tema tan importante, de bien tan necesario, de tesoro tan valioso.
¡Cuántos, Samuel, viven creyéndose rodeados de amigos para en un momento descubrir que en realidad siempre han estado solos!
¡No muestres tu corazón, amigo mío, más que al amigo probado!
¡Cuántos prueban a diario el sabor amargo de la decepción al descubrir que los supuestos amigos los han entregado con un beso traidor y mentiroso!
Sólo el correr de los años permite verificar al amigo verdadero y desenmascarar a los falsos e interesados.
Sí, Samuel, la amistad sólo es verdadera cuando lleva en su seno la semilla de la eternidad. Y esa semilla no la poseemos los humanos. Sólo Dios tiene semillas de eternidad.
¿No nos es lícito, entonces, dudar que pueda existir amistad verdadera entre corazones que rechazan y excluyen a quien tiene las semillas de la eternidad?
¡Qué lejos está la amistad de la mera confluencia de intereses! Sean intereses del tipo que sean. No sólo económicos o materiales. Pueden ser intereses de mera compañía, de simpatía, de divertimento o también de simple atracción.Intereses, al fin y al cabo, que cuando se esfuman se constata amargamente el equívoco en el que se vivía.
"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas", decía Aristóteles. La amistad, Samuel, es como árbol que hunde sus raíces en la tierra de la gratuidad. Árbol plantado a las orillas del río portador de las aguas limpias, frescas y cristalinas de la fidelidad, de la lealtad, de la mutua confianza y de la reciprocidad.
La reciprocidad es la base de la amistad, pero no del amor. Puede haber amor sin reciprocidad, pero nunca amistad.
No deja de ser curioso, Samuel, que Agustín no mencione el amor entre los dos primeros bienes necesarios en este mundo. ¿Será que la amistad verdadera es el amor en su grado más elevado?
Así define la Sagrada Escritura la amistad entre el santo rey David y Jonatán: "El alma de Jonatán quedó ligada al alma de David, y Jonatán lo amó como a sí mismo" (1 Sam 18, 1).
"Lo amó como a sí mismo"... He ahí la amistad, el amor en su grado más elevado.
Y la reciprocidad de David hacia Jonatán, expresada con motivo de la muerte del amigo. También del todo sugerente, querido Samuel: "Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce; más maravilloso me fue tu amor, que el amor de las mujeres". (2 Sam 1, 26)
Recordemos siempre, Samuel, que"El esplendor de la amistad no esta en la mano extendida, en la sonrisa gentil o en el gozo de la compañía recíproca, sino en la unión espiritual, donde alguien cree en nosotros y esta dispuesto a fiarse de nosotros. Los verdaderos amigos aman compartir los momentos preciosos de la vida y el gustar juntos las pequeñas cosas de la existencia. Esta amistad es totalmente grande que no se puede expresar en palabras sino que se debe probar". Una comunión espiritual que lleva a compartir no sólo los gozos sino también y sobre todo los dolores de la existencia.
¡El amigo es salud y medicina! ¡Es tu mano permanentemente asida a la mía!
Entonemos, pues, amigo mío, nuestro canto a la amistad. Demos gracias por el don recibido, por esa luz que brilla en nuestros corazones y espanta la oscuridad de las soledades, del vacío y de los miedos.
Tu amigo:
Jonatán